La Parada Esperanza

Por Ima Ríos

Siempre la veía. En el mismo lugar. Sola en aquella parada inventada por ella. Eternamente mirando fijo la nada como si fuera todo. Yo, rodomozo de profesión, soñaba con llevar esos ojos hasta la luna. Pero mis paradas me lo impedían. Dos paradas adelante. Dos paradas hacia atrás. Ella siempre en el medio como los miércoles de todas mis semanas: imposibles. Y los mediodías de mis días: sabrosos. La pensaba sabrosa pero imposible, tal como la ambrosía, manjar de dioses. 

Verla era todo lo que deseaba desde que empezaba mi jornada. 9 horas habían entre mi despertar y nuestro encuentro diario. Encuentro que duraba un solo segundo. Segundo que duraba lo mismo que la eternidad. Un segundo de soñarme con ella. De tenerla presente. De pensar su nombre. ¿Ana? ¿Julia? ¿Sofía? ¿Esperanza? Esperanza me gustaba. Era lo que sentía cada medio día al ver sus hermosos ojos que miraban nada como si fuera todo. Hermosos ojos fijos. Grises. Grises como un hermoso día lluvioso.


Siempre la veía, allí, en aquella parada inventada por ella. Hasta que un día no la vi más. Ni a ella ni a sus ojos color lluvia. Entre mis paradas ya no se hallaba el sueño eterno de quererla. Las horas para verla ya no eran solo 9. Había desaparecido. Y con ella, mi esperanza.